martes, 4 de agosto de 2009

SWINGER , UNA CULTURA.

La revolución científico-técnica ya es historia y avanzamos en una nueva etapa de la humanidad. Todo migra: certezas, roles, conocimiento... la transformación es implacable, pero cada etapa genera modos y culturas regidos por ciertas reglas, definibles por sus características, usos y costumbres.
En materia de sexualidad, a mediados del siglo pasado, se expresaron costumbres que anunciaban un cambio en las formas de relación humana en Occidente. Se desplegaron nuevas tendencias y lo oprobioso de ayer pasó a ser moda hoy.
El swinger nació en esa explosión de post guerra, en el marco de los cambios que sucedieron en el concepto del matrimonio y en el nuevo rol de la mujer a partir de la década del cincuenta. Fue una corriente que de alguna manera entró en polémica con la idea clásica de la pareja sexualmente monogámica.
Sin duda, si bien la adhesión a esta forma de ver la pareja creció y se extendió, no se impuso como regla ni se generalizó. El swinger se instaló, sí, como una opción, y fijó desde esa posición pautas que marcaban sus características y límites. En esa etapa también surgieron otras tendencias, como ser, la idea de amor comunitario del hipismo o las parejas liberales con alto grado de individualismo en su relación.
Se fortalecieron prácticas muy antiguas como el sado y los homosexuales, reconocidos a escala social, generaron organizaciones de alcance mundial. La revolución rosa hizo estremecer las estructuras del mundo machista y hasta modificó conceptos en la ciencia y el psicoanálisis. Cada nueva tendencia en la sexualidad abrió una opción y generó adeptos.

Sin duda la ampliación de la noción de sexualidad permite que una persona transcurra de una práctica a otra que practique el swinger y disfrute de una sesión de sadomasoquismo si sus gustos son tan amplios. Pero esa migración no cambia al swinger ni al S&M; ambos siguen siendo cosas diferentes, cada uno tiene sus reglas de práctica, sus características. Por ejemplo, el swinger está definido por el intercambio de parejas, es decir, no existe al margen de la pareja, así nació y así se instaló como tendencia.
Claro que quienes lo practiquen pueden ser adeptos también de otras variantes: trío, sado, bondage, zoofilia, etc., etc.
Ahora, ¿puede cambiar el swinger, tomar rasgos más amplios? No, el swinger es una cultura, no tiene incluso contacto con prácticas del pasado. “Hapenning” decía alguien, o “menage a trois” -muy practicado en la actualidad-, son variantes de la sexualidad, cada una amparada en determinadas fantasías. Hay parejas que gustan de contratar a parejas de profesionales para tener sexo de a cuatro, pero ¿son swingers en esa práctica?. No: el swinger es común acuerdo entre parejas, sin mediación del dinero.
El placer está en ver a nuestra pareja tener sexo frente a nosotros o con nuestra anuencia y nosotros ser parte de ello, el gozar a través del placer del otro, tomar a la pareja del otro sexualmente, está muy claro el límite. Por ejemplo, cuando un conjunto de parejas que practican sexo grupal está conformado por parejas reales es una práctica swinger, porque cada pareja está en el escenario sexual con su par y se estimula con la visión de otras parejas y de la suya al ser compartida. Una pareja abierta es otra cosa, practica un abanico de opciones que no requiere en todos los casos funcionar de a dos, la individualidad sexual en estos casos es tan fuerte como en las uniones clásicas que practican la infidelidad, son amantes con permiso.
¿Qué es lo ideal, lo más moderno? Creo que a esa pregunta cabe la misma respuesta que hoy se da al preguntar a un experto cuál es el mejor vino, pues contestará: “el que más nos guste”. Con el sexo es igual, la mejor fantasía sexual es aquella que es compatible con nosotros. Es importante definir esto, ya que se está difundiendo la idea de que el swinger es aquel que le va todo, el liberal absoluto o el que realiza la mínima transgresión, apreciación que no refleja lo que somos.
Nuestra cultura reside en la pareja, en el amor monogámico, de a dos, y en una sexualidad abierta sólo en común, donde ambos son activos, es decir, participan, y sólo con otras parejas, eso es el swinger. Desde allí podemos disfrutar las otras variantes.
Pero, ¿es swinger la pareja que hace sólo tríos?. No, porque allí una de las partes no participa en igualdad de condiciones, no puede plantear el encuentro pareja con pareja. El futuro flexibilizará aun más la sexualidad humana, ya que iremos comprendiendo su potencial y abandonando las falsas creencias y los pudores.
Quizás nuestra práctica se vuelva común, corriente, pero algo es seguro: si el concepto de familia, de pareja, cambia radicalmente, el swinger será un recuerdo del pasado, porque estamos atados a una forma de concebir la familia. Somos la respuesta a la sofocada sexualidad de la pareja clásica.
Autor: Daniel Bracamonte, Revista Entre Nosotros Swinger

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